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Ferrocarril Lima-Lurín

Un camino de hierro hacia el progreso.

A inicios del siglo XX, el sur de Lima fue testigo de un acontecimiento que marcaría parte de su historia: La inauguración oficial del Ferrocarril Lima–Lurín, el 29 de diciembre de 1918. Esta línea férrea unía la capital con el distrito de Lurín, atravesando los hoy poblados y urbanizados distritos de San Juan de Miraflores, Villa María del Triunfo, Pachacámac y Lurín; convirtiéndose en un verdadero motor de desarrollo. Gracias a él, se impulsó la economía local, facilitando el transporte de productos agrícolas, minerales y de cemento, dando origen a una de las etapas más prósperas del sur limeño.

Ferrocarril Lima-Lurín en la estación de Lurín. Fotografía: Elio Galessio.

Sin embargo, el sueño de unir Lima con el sur no nació en ese momento. Ya en 1864, existió el primer intento de construir un ferrocarril que conectara la capital con el puerto de Pisco. Aquella visión quedó inconclusa, pero sentó las bases de un anhelo que décadas después volvería a cobrar fuerza. Fue recién en 1912, bajo el gobierno del presidente Guillermo Billinghurst, cuando se promulgó una Resolución Suprema (11 de agosto de 1912) para iniciar la construcción de una línea estatal entre Lima y Pisco, cuyo primer tramo sería Lima–Chilca. Las limitaciones económicas impidieron continuar la obra, y el tren solo alcanzó a llegar hasta Lurín.

En 1916, una nueva Resolución Suprema (25 de febrero de 1916) autorizó el funcionamiento del tren hasta Atocongo, lo que permitió dinamizar la explotación de recursos naturales en la zona. Por esos mismos años, se realizó los primeros denuncios mineros no metálicos, abriendo el camino para la actividad extractiva que caracterizaría a la región.

Pasajeros abordando el Ferrocarril Lima–Lurín en plena actividad, a mediados del siglo XX. Fuente: Soy Villa María del Triunfo.

El ferrocarril trajo consigo una auténtica transformación. Se ampliaron las áreas agrícolas, se construyeron canales de irrigación y surgieron pequeños asentamientos humanos. Entre ellos, destacan San Francisco de la Tablada de Lurín (hoy “Tablada de Lurín”) y Villa Poeta José Gálvez Barnechea (actual “José Gálvez”), que pasaron de ser zonas de pastoreo a convertirse en espacios de vida y esperanza para nuevas familias.

Uno de los episodios más significativos ocurrió el 6 de agosto de 1949, cuando un grupo de trabajadores de la Sociedad de Obreros del Sagrado Corazón de Jesús de Surquillo, junto con sus familias, viajó a bordo del ferrocarril hasta Quebrada Honda. Allí, izaron sus banderas y fundaron la asociación de viviendas “Nueva Esperanza”, marcando el nacimiento de uno de los primeros grandes asentamientos de Villa María del Triunfo. El tren, una vez más, era testigo y protagonista del crecimiento urbano y social de Lima Sur.

Un día de viaje en el Ferrocarril Lima–Lurín, durante su época de mayor actividad. Fuente: Lima Sur.

Desde sus inicios, la línea ferroviaria dependió en gran medida del servicio que prestaba a la Compañía Peruana de Cementos Portland, encargada de transportar piedra caliza desde Atocongo hacia su planta en Maravillas, en el centro de Lima. Pero en 1952, con el proceso de modernización de la empresa, se construyó una carretera propia que reemplazó al ferrocarril en el transporte del cemento. Fue el inicio del declive.

La empresa Peruvian Corporation administró el ferrocarril hasta 1932, año en que pasó al control del Estado. Durante las décadas siguientes, el tren intentó sobrevivir con escasos ingresos, hasta que las pérdidas se volvieron insostenibles. La crisis se agudizó a mediados de los años cincuenta, cuando los ingresos por transporte cayeron hasta en un 90%. Finalmente, en 1964, el gobierno decretó su clausura definitiva. Los rieles fueron levantados, las locomotoras trasladadas a otras líneas estatales, y el eco del silbato del tren se apagó para siempre en los valles del sur limeño.

A pesar de haber desaparecido, el Ferrocarril Lima–Lurín sigue latiendo en la memoria colectiva. No fue solo una línea de hierro, sino un camino de esperanza y progreso, una arteria que unió pueblos, sueños y generaciones. Sus rieles trazaron historias de trabajo y anhelos, marcando el pulso de una Lima que comenzaba a mirar con ilusión hacia el porvenir. Hoy, aunque el tren ya no silba entre los valles del sur, su espíritu continúa viajando en el recuerdo de quienes lo vieron pasar… llevando consigo el eco de una época en que el futuro se movía sobre ruedas de acero.

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